sábado, 14 de marzo de 2009

LA POSESIÓN DE MI CUERPO




Pero aquel día no pude ir, mi marido se puso enfermo y tuve que quedarme a cuidarlo. Fue lo peor y lo mejor que me pudo pasar. Lo peor porque me pasé todo el día soñando con lo que podría haber gozado en compañía de Sergio, lo bueno porque a primera hora de la noche, me envió un mensaje para preguntarme por mi dirección, pues quería darme una sorpresa. Aunque había algo de mi que me decía que no debía facilitarle dato alguno, finalmente accedí. Entonces, al día siguiente a media mañana, alguien llamó al timbre y al abrir, ahí estaba él en compañía de esa mujer. En sus ojos pude sentir una pasión loca por tenerme. Y eso hicieron. Me tiró contra la pared y me dio por detrás de una forma terrible, apasionada, mientras me tomaba fuertemente los pechos. Yo gritaba y gritaba. Cuando volví la cabeza, pude ver como ella se había levantado la falda, y había comenzado a masturbarse. Fue entonces cuando él me llevó hasta ella. Aquello iba a ser mi primer contacto con una mujer, pero no el último. Él me la sacó y me puso a cuatro patas en el suelo para follar mi coñito. Mientras me obligó a comerle el suyo a su amiga. Lo tenía afeitado y empecé a comérselo con dedicación. Me iba comiendo sus jugos y ella gemía de placer, mientras él seguía dándome embestidas por detrás. Los tres gemíamos en un canto profundo de éxtasis y placer. Un canto que jamás olvidaré mientras viva. Aquella mujer, de la que nunca supe su nombre, me hizo que le metiera un dedo en el culo. Como gemía mientras se tocaba los pechos. No puedo decir cuanto tiempo estuvimos así, pero lo suficiente para que empezarán a dolerme las rodillas. Pedí que me llevaran al cuarto, y entonces él me tomó del pelo y me hizo tumbarme en el sofá. Allí, postrada e indefensa, ellos comenzaron a chupar todo mi cuerpo y yo me movía de puro placer porque aquello era exactamente lo que yo necesitaba. No me importaba quienes fueran, sólo quería sus cuerpos, sus sexos, sus manos y todo su ser. Ella me lamía el culo como si fuera un perro y él hacía lo mismo con mi coño. Fue maravilloso. En un momento dado, él me colocó las piernas junto a mi cabeza y empezó a ejercitar una danza circular sobre mi sexo, mientras ella me forzaba a comerle el coño de nuevo. De pronto, él paró y tomó a la otra por detrás con fuerza. Ella gritó y gritó de placer mientras yo le comía el coño. Se adivinaba su orgasmo, que llegó cuando él quiso, las dos comimos y lamimos su cipote como dos perras en celo. Aquello, no podía ser normal, no podía serlo, pero me encantaba. “Ahora tenemos que irnos, pero volveremos, y tú serás nuestra esclava” y en eso me convertí, en su esclava.

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